Queremos ser el partido político del siglo XXI.
Nuestra identidad tiene tres dimensiones y deben actuar juntas, porque sin las otras quedan incompletas:
La cercanía define el sujeto de nuestra acción. El para quién hacemos política y desde dónde la hacemos. En el siglo XX la política se hacía de arriba para abajo, del líder a las masas. CFK sueña con que ese liderazgo se extienda al siglo XXI y para siempre. Es una visión paternalista que necesita la sumisión y la admiración de los seguidores. En el siglo XXI la política se hace dialogando, de una persona a otra, sin gritar, escuchando al otro. Hoy todos somos alguien, somos equivalentes. Estoy cerca tuyo, entiendo lo que te pasa, siento lo que sentís. La cercanía la tenemos que producir en todos los terrenos, no sólo en la relación con el otro. Es sobre todo cercanía a la verdad, tomado en el plano carnal de la autenticidad. Cercanía es mirar al mundo real y no situarse en la distancia de unas ideas dudosas. Cercanía también tiene que ver con mirar cerca. El que es capaz de cercanía mira al otro, concreto, se abre a captarlo, sin enjuiciarlo, tratando de ver quien es, que quiere, dónde está, cuál es su perspectiva. Quien desee ser cercano tendrá que estar, en primer lugar, cercano a sí mismo: ser auténtico, sentir lo que siente de verdad, no lo que cree que debe sentir. Esto se vincula también con la idea de que es imposible lograr empatía y comunicación en el plano emocional sin autenticidad. Sin alinear el sentir, el decir y el hacer. Y sin incorporar la vulnerabilidad. El infalible no conecta con nadie. El canchero se define por la ocultación de su falla, de la falla universal, la suya es una estrategia para no intimar. Acercarse es ir con la hilacha asimilada, visible. Nadie espera que seamos perfectos y súper hombres, eso es un reflejo de tiempos pasados. La paradoja del poder es que si uno acepta ser vulnerable se hace más fuerte y confiable para todos.
El futuro se extiende desde este instante hacia adelante. El futuro no es una formulación abstracta y lejana, implica una forma del presente. Es elegir vivir el presente plenamente para construir un futuro deseado. El futuro que queremos señalar tiene que ver con el presente positivo, no en el sentido que todo es lindo sino en el sentido en que podemos desde ya asumir nuestra responsabilidad y darnos una vida activa, protagónica, disfrutada y plena. El futuro se simboliza en nuestros hijos. Ahí se hace concreto y real. A la idea de futuro hay que bajarla en escenarios concretos, tratar de evitar que sea un ideal que rearme el juego de la exaltación impostada y distanciante. No señalamos la utopía de un futuro inaccesible, buscamos transformaciones a nuestro alcance. Acá es donde se juega más que en ninguna otra dimensión el eje de la vida y de la muerte. Con la creencia de que las cosas importantes ya sucedieron y nuestro tiempo es un mero reflejo, cautivo de un tiempo ya vivido. Esta dimensión también nos exige construir una visión del futuro deseado. Pero esa visión no es un conjunto de políticas públicas, es una visión de cómo queremos vivir entre nosotros para poder realizarnos y ser felices. Hay mucho por decir y por tejer con estas ideas. Hagámoslo sumando voces porque…”cuando la juventud pierde entusiasmo, el mundo entero se estremece” Georges Bernarnos (novelista, ensayista y dramaturgo francés).